EL BELÉN.
Pocas tradiciones son tan populares como el Belén. Data de tanto tiempo atrás que casi nadie conoce su origen. Su intención es representar el nacimiento de Jesús. No se trata de un valor o una costumbre que se pierde en la evolución cultural de un pueblo: es religión e historia, por los siglos de los siglos.
Fue San Francisco de Asis en 1223 quien hizo la primera escenificación del pesebre, después Franciscanos, Dominicanos y Jesuitas la difundieron en las representaciones litúrgicas de Noche Buena. La costumbre llegó a palacios de nobles y reyes, y en el siglo XV ya era tradición popular. El argumento se centraba en Jesús, María, José, el buey, el asno y el ángel, es decir, el pesebre.
A partir de ahi los artesanos imaginaron nuevos personajes que recreasen la escena de la Adoración y actualmente muchos pesebristas introducen alguna figura original cada año para los coleccionistas.
Seguramente la elaboración de las figuras sigue siendo la misma de hace años; el artesano pasta el barro en su taller para modelar «a palillo» (espátula) las figuras únicas o de encargo y las piezas hechas en serie con moldes de yeso. El grado de realismo llega a veces a la filigrana, personajes con una gran expresividad en el rostro, perfección en el gesto y detalle en las vestiduras. Los protagonistas del Belén se acumulan en cajas de madera y cuando el barro está seco se cuecen en el horno. Después se pintan a mano con pintura al óleo hasta el mínimo detalle y por pequeña que sea la escala de la miniatura.
Las reproducciones de plástico han dañado mucho a la artesanía tradicional; sin embargo y gracias al público infantil se está revalorizando, los niños elaboran sus figuras en el colegio para el Belén de la clase y reconocen más nobleza y delicadeza en el barro que en el plástico. Quizá también tienen conciencia de la importancia de su intervención en un asunto que tiene mucho de ornamental, y en ese sentido no se
acostumbra a pedirles la opinión. Participan con la seguridad de que es una fantasía, que como tal, les concierne a ellos más que a los adultos. Según la tradición el Belén se montaba el 25 de noviembre dia de Santa Caterina hasta la Candelera, el 2 de febrero.
Ir a buscar musgo, piedras y algunas ramas verdes, es uno de mis mejores recuerdos de la época en ,que hacíamos el Belén. Eñ el parque o la montaña, los niños, que entre otras cosas, por estatura viven más el suelo que pisan, buscábamos con mucho sentido de la perfección elementos que fuesen idóneo; para una ambientación natura ramitas que simulasen árboles con hojas, piedrecitas como rocas para la orilla del rio. Después viene la urbanización el soporte una mesa o una tabla improvisada en algún lugar de la sala, el comedor el recibidor. Sobre la hierba sitúan la granja, el pozo, un puente sobre un rio o estanque de papel de plata, por fin el Portal, que suele estar al final de un camino trazado con tierra. Allí se coloca al niño Jesús, el 24 d diciembre, entre desafinados villancicos y ruido de panderetas. La escenificación del pesebre se convierte en una creación con vida. Los reyes Magos, día a día, se acercan al portal. Los primeros días avanzan veloces tras una estrella inmensa, después se reconsidera el tiempo que falta hasta el Nacimiento y se aminora la marcha del séquito real. Los pastores y sus rebaños cambian mil veces de pasto, llegando incluso a las agrestes montañas de corcho, a pesar de la dificultad de las inmóviles patas de las ovejitas; alguna va a parar al agua con la lavandera. Si los patos y cisnes son del mismo tamaño que las figuras no importa demasiado. Al comprar las figuritas que se extraviaron o rompieron el año pasado no siempre se tiene presente la escala exacta de los supervivientes. El ángel sobre el Portal, que siempre está mal pensado para sujetarse y aterriza bruscamente a cada momento, observa desde las alturas como todo el pueblo, peregrinos y animales, adoran al recién nacido, apretándose ante la Virgen María y San José que observan con gesto tierno a su hijo. Después vinieron los Reyes y los pajes con su oro, incienso y mirra. El Belén es como un cuento que nunca debe terminar.