Repartido entre el deseo de fusionarse con la modernidad y el instinto de conservar los valores que refuerzan el vínculo con la tierra, el espíritu de este pueblo propone un modelo de existencia tranquila, sin sobresaltos, fundada en una exquisita simplicidad. En esta casa del siglo XIX se consigue perpetuar la tradición de una vida sana que permite disfrutar de los días sin fin del verano. Las noches cortas se alumbran con lámparas a kerosene, como la que muestran los juegos de salón del siglo XIX, en la que hay un botellón junto a antiguas copas de aquavit.