Las galletas en los tiempos Victorianos eran uno de los pocos alimentos que so-cialmente se aceptaba comprar en una tienda, pues era de mejor tono «hacerlo todo en casa». Aunque en sí las galletas no eran un objeto de lujo, colocadas en una caja y costando hasta un chelín, la cosa cambiaba y empezaban a ser mejor consideradas por una sociedad extremadamente convencional. Todos los años se preparaban unas maravillosas cajas para celebrar la Navidad, y pronto se convirtieron en uno de los regalos preferidos de la clase media de la época. En 1890 ya estaba claro que las cajas de Navidad se habían convertido en objetos deseados por sí mismos, pues se conservaban una vez consumidas las galletas. Eran estupendos contenedores, y en ellos se guardaban hilos, botones, cartas o cualquier otra cosa. Así, muchas latas han llegado hasta hoy destrozadas por el uso. No es el caso de las que salen ahora a subasta, que están en perfectas condiciones.